Expansión Romana, La Guerra
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Expansión Romana, La Guerra
El centurión miraba a su alrededor preocupado, veia nervios en los hastati a su mando, él mismo está nervioso... no, nervioso no, intrigado, si, esa era la palabra.
Los vélites avanzan bajo las ordenes de las tubas, a paso lento, en formación, sin dejar huecos que el enemigo pueda aprovechar para irrumpir entre sus filas. El enemigo... hordas y hordas de galos unidos bajo un hombre, un bárbaro del que el centurión no conoce su nombre, pero que sabe sus tropas temen como al mismisimo averno.
Era una mañana increiblemente soleada y calurosa, el sol ya hacia mella entre las sudorosas tropas, que cargadas con sus armaduras de placas y demas armas defensivas veian doblado su sufrimiento ante aquel sol impacable. En cambio, los galos, hombres de largas melenas, semidesnudos, con pantalones coloridos a cuadros en su mayoria, y con camisas similares en algunos casos, no tenian aquel problema...
Al menos su falta de defensa les sirve para algo - pensó el centurión.
Sus pensamientos lo habian distraido por unos instantes, pero eso no le impidió volver a la realidad cuando se escucharon los primeros alaridos agonicos de aquellos galos siendo atravesados por las lanzas cortas de los vélites. Cayo, asi se llamaba el centurión, se permitió sonreir por un instante, los galos debido a su falta de armas defensivas eran muy vulnerables ante las lanzas, su bravura y sus gritos de animo y rabia no servian de nada ante aquella incesante lluvia de acero.
Aquellos galos están condenados - meditó Cayo - sino se retiran o atacan rapidamente. Percibió que algunos de sus hombres tambien sonreian, bien eso esta bien - pensó - que vean que estos galos son hombres como ellos, y que su falta de armas defensivas no se debe a que no las necesiten, sino a su falta de preparación táctica para la guerra.
Eran solo un puñado de granjeros, valientes, si, con la valentia desesperada de aquellos que luchan por sus tierras, por sus familias, pero sin medios para contrarestar a las legiones. Era tan solo un loco conduciendo un rebaño de ovejas a un lobo, las legiones, que sabedor de que no hay nadie con la suficiente fuerza para hacerlo huir, avanza implacable... una maquina de matar perfecta... mientras que aquellos galos luchaban sin formación alguna, cada uno junto a sus jefes tribales más que bajo un mando único, y usando diversas armas que hubiesen podido fabricar o conseguir.
Los galos finalmente comenzaron a avanzar, decenas de sus hombres yacian ya muertos o heridos a sus espaldas, pero ellos avanzaron, corrieron, buscando el choque en el que se sabian poderosos. Los vélites lanzaron la ultima andanada de lanzas y sacaron sus epadas cortas, las tubas asi lo ordenaron, el roce metalico se escuchó desde la posición de los hastati.
Cayo no entendia que pasaba, ¿Porqué no daban la orden de retirada a los vélites y avanzaban ellos mismos, los hastati? ¿ Qué pretendía el cónsul? Aquellos galos masacrarian a los vélites, los mas jovenes y menos experimentados entre las tropas romanas, y el cónsul lo sabia, no entendia... Solo se le ocurría una opcion, y era que el consúl pretendiese probar la fuerza de aquellos galos contra sus vélites, para así en caso negativo, no perder a algunas de sus mejores tropas... total ¿Qué eran para aquel cónsul un puñado de chicos de las familias mas pobres de Roma? Nuevos vendrían para substituirlos...
Los vélites estaban cansados de las andanadas que acababan de lanzar, eran jovenes, sin experiencia ni dureza militar, no durarian ni una hora vivos ante aquellos fanaticos galos, enfervecidos por sus druidas, que ya observaban mientras se acercaban el miedo de aquellos chicos romanos, su tension corporal, sus espadas resbalandose de las manos por los temblores, el sudor frio de los que esperan su muerte sin querer que llegue...
Los vélites avanzan bajo las ordenes de las tubas, a paso lento, en formación, sin dejar huecos que el enemigo pueda aprovechar para irrumpir entre sus filas. El enemigo... hordas y hordas de galos unidos bajo un hombre, un bárbaro del que el centurión no conoce su nombre, pero que sabe sus tropas temen como al mismisimo averno.
Era una mañana increiblemente soleada y calurosa, el sol ya hacia mella entre las sudorosas tropas, que cargadas con sus armaduras de placas y demas armas defensivas veian doblado su sufrimiento ante aquel sol impacable. En cambio, los galos, hombres de largas melenas, semidesnudos, con pantalones coloridos a cuadros en su mayoria, y con camisas similares en algunos casos, no tenian aquel problema...
Al menos su falta de defensa les sirve para algo - pensó el centurión.
Sus pensamientos lo habian distraido por unos instantes, pero eso no le impidió volver a la realidad cuando se escucharon los primeros alaridos agonicos de aquellos galos siendo atravesados por las lanzas cortas de los vélites. Cayo, asi se llamaba el centurión, se permitió sonreir por un instante, los galos debido a su falta de armas defensivas eran muy vulnerables ante las lanzas, su bravura y sus gritos de animo y rabia no servian de nada ante aquella incesante lluvia de acero.
Aquellos galos están condenados - meditó Cayo - sino se retiran o atacan rapidamente. Percibió que algunos de sus hombres tambien sonreian, bien eso esta bien - pensó - que vean que estos galos son hombres como ellos, y que su falta de armas defensivas no se debe a que no las necesiten, sino a su falta de preparación táctica para la guerra.
Eran solo un puñado de granjeros, valientes, si, con la valentia desesperada de aquellos que luchan por sus tierras, por sus familias, pero sin medios para contrarestar a las legiones. Era tan solo un loco conduciendo un rebaño de ovejas a un lobo, las legiones, que sabedor de que no hay nadie con la suficiente fuerza para hacerlo huir, avanza implacable... una maquina de matar perfecta... mientras que aquellos galos luchaban sin formación alguna, cada uno junto a sus jefes tribales más que bajo un mando único, y usando diversas armas que hubiesen podido fabricar o conseguir.
Los galos finalmente comenzaron a avanzar, decenas de sus hombres yacian ya muertos o heridos a sus espaldas, pero ellos avanzaron, corrieron, buscando el choque en el que se sabian poderosos. Los vélites lanzaron la ultima andanada de lanzas y sacaron sus epadas cortas, las tubas asi lo ordenaron, el roce metalico se escuchó desde la posición de los hastati.
Cayo no entendia que pasaba, ¿Porqué no daban la orden de retirada a los vélites y avanzaban ellos mismos, los hastati? ¿ Qué pretendía el cónsul? Aquellos galos masacrarian a los vélites, los mas jovenes y menos experimentados entre las tropas romanas, y el cónsul lo sabia, no entendia... Solo se le ocurría una opcion, y era que el consúl pretendiese probar la fuerza de aquellos galos contra sus vélites, para así en caso negativo, no perder a algunas de sus mejores tropas... total ¿Qué eran para aquel cónsul un puñado de chicos de las familias mas pobres de Roma? Nuevos vendrían para substituirlos...
Los vélites estaban cansados de las andanadas que acababan de lanzar, eran jovenes, sin experiencia ni dureza militar, no durarian ni una hora vivos ante aquellos fanaticos galos, enfervecidos por sus druidas, que ya observaban mientras se acercaban el miedo de aquellos chicos romanos, su tension corporal, sus espadas resbalandose de las manos por los temblores, el sudor frio de los que esperan su muerte sin querer que llegue...
Nomteck- Admin y Coordinador de Poesia
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